La obra de Johann Sebastian Bach
constituye sin duda la cumbre del arte musical barroco. No es extraño que Anton
Webern dijese que toda la música se encontraba en Bach. El mismo Arnold
Schönberg subrayó que las audacias tonales del compositor alemán abrieron el
camino a la disolución de la tonalidad, acontecida dos siglos después. A Igor
Stravinski, la personalidad artística del maestro de Eisenach le pareció un
milagro, algo sobrenatural e inexplicable. Y, sin embargo, en su época Bach fue
un músico poco conocido, en comparación con maestros como Georg Philipp
Telemann o Georg Friedrich Haendel. Sus composiciones, de profundo carácter
especulativo, en las que la técnica y la ideación de nuevos procedimientos se
combinan con las soluciones armónicas y melódicas más bellas, resultaban a
oídos de sus coetáneos demasiado "intelectuales", por decirlo de
algún modo. El público estaba acostumbrado a un arte menos denso, influido por
el melodismo y la sencillez armónica de los compositores italianos y por el
surgimiento de la ópera italiana, de la que la música instrumental adquirió no
pocos elementos.
Bach fue prácticamente
autodidacta: aparte de las lecciones que recibió como instrumentista, adquirió
por sí mismo su formación compositiva a base de reflexión personal y del
estudio y transcripción de partituras de compositores célebres como Vivaldi o
Buxtehude. Así, en las obras de su primera etapa intentó ampliar las formas
musicales al uso entre los instrumentistas alemanes de su época por medio de la
tensión interna de temas que se yuxtaponen unos a otros. Es a partir de las
composiciones para órgano de la época de Weimar cuando, con la inspiración de
modelos extranjeros, comienza a fijar un estilo propio aplicando a estas
influencias su talento para las combinaciones temáticas.
Su genio alcanzó el ámbito del
concierto, en el que, junto a las obras para clave y las partituras
violinísticas, merecen lugar de honor los llamados Conciertos de Brandemburgo
(BWV 1046-BWV 1051), compuestos probablemente entre 1713 y 1721. Esta colección
de seis conciertos fue enviada por Bach como obsequio al margrave Christian
Ludwig de Brandemburgo, tío de Federico Guillermo I. Aunque el destinatario
apreció las partituras, le parecieron algo difíciles y extravagantes, lo cual
no debe sorprendernos si pensamos que en tiempos de Bach la forma concierto era
mucho más convencional, todavía vinculada con el concerto grosso o con el
esquema básico del concierto solista al estilo vivaldiano. Bach tiene una
facilidad pasmosa para mezclar episodios del más puro e intenso contrapunto con
los aires de danza o con la escritura armónica más brillante.
Carl Dahlhaus, quien señaló que
Bach no fue importante para la música del siglo XVIII sino para la del
siguiente. En efecto, a raíz del redescubrimiento de La pasión según San Mateo,
que dirigió en 1829 en un concierto Félix Mendelssohn, Bach dejó de ser un
organista de talento y un autor de imponentes fugas para convertirse en un mito
de la música. La tiniebla en que había quedado envuelta su memoria se esfumó y
pasó a erigirse en un verdadero modelo, en el artífice de un lenguaje nuevo de
valor imperecedero.
La música de Johann Sebastian
Bach fue poco interpretada en la segunda mitad del siglo XVIII. Sin embargo, la
labor de sus propios hijos (especialmente, la de Carl Philipp Emmanuel) impidió
que la música de Bach cayese en el olvido.
Las primeras ediciones de
Bach "el clave bien temperado"
aparecieron, de forma simultánea, en Alemania y Gran Bretaña a principios del
siglo XIX. Esta obra ocupó muy pronto un lugar preferente en los atriles de
grandes maestros del piano, como Beethoven, Chopin, Liszt o Mendelssohn. Sin
embargo, la consagración definitiva de Bach como genio universal llegó en 1829,
cuando el propio Félix Mendelssohn dirigió la ejecución íntegra de La pasión
según San Mateo. Desde entonces, la fama del gran músico barroco no ha dejado
de acrecentarse, hasta convertirlo en uno de los compositores clásicos más
admirados.
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